Siempre me ha fascinado cómo los artistas capturan la belleza de los atardeceres. Esos momentos en que el sol se despide, dejando en el cielo una paleta de colores cálidos y cambiantes. Son un recordatorio de la serenidad y la maravilla que la naturaleza nos ofrece cada día. Representar un paisaje al atardecer no es solo plasmar un paisaje, es capturar un instante de paz, una emoción que toca el alma y conecta con el pensamiento de «Ya se terminó el día». A partir de esa misma inspiración, quiero contaros cómo surgió mi propia experiencia, y cual fue el origen de estos Paisajes al atardecer iridiscente.
Un día al atardecer, mientras iba caminando, observaba el cielo desde una colina cercana a mi casa, algo inusual ocurrió. Era una escena familiar, una más entre los muchos crepúsculos que había contemplado a lo largo de los años.
Los colores habituales del atardecer se desplegaban frente a mí: naranjas intensos, rosas suaves, toques de púrpura, típicos de esa hora mágica. Sin embargo, aquella tarde sucedió algo diferente. No sé si por la edad, o por la presbicia que me acecha desde hace unos meses, pero de pronto, mi vista se nubló.